14.1.14

Elogio IV

Apareciste un día, me atraías.  Simple.  Quise conocer un poco más, había algo en ti que me inquietaba, mucho más allá de la fascinación que me producía ver tus ojos, sí, esos ojos que sonríen... Mucho más allá de tus labios que se movían con la mayor afinación que hubiese visto nunca, que me seducían y me invitaban a estar cada vez más cerca.

Era tal vez, tu forma tan voluble de entender la vida, ese vaivén de tus ideas.  Así, poco a poco entendí, que lo que más me encaminaba a ti era tu caos.  La tempestuosa calma que arrullas, el apacible agobio que llevas contigo.

Y voluntariamente,
caminé hacia el huracán,
mil vueltas alrededor, 
conociendo y reconociendo, 
eufórico y molesto, 
aturdido y jactancioso...
Hasta que de pronto,
entré al ciclón,
justo en medio del tornado
Y hallé en ti
una armonía perenne.



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